martes, 1 de mayo de 2007

Primavera

Yo soy el Buen Pastor,
y conozco a mis ovejas,
y las mías me conocen a mí.
(Jn. 10,14)

SONETO A UN QUEJIGO

Erguido en la noche oscura y serena,
cimbreas tus ramas al ritmo del viento,
que penetra lo más íntimo de tu seno,
arrancando arpegios de luz y de seda.

Tu talla es ciclópea, fuerte y eterna,
tus brazos se abren al infinito cielo,
buscando el brillo de los luceros,
en un infinito horizonte de estrellas.

Años y años, tú, mi amigo quejigo,
plantado en un horizonte luminoso,
sentiste el paso frío del tiempo.

Cuando sonó el fin de mi destino,
besé tu duro y rígido dorso.
Tu te quedaste, eras casi eterno.