Quejigos heridos por el rayo
La muerte nos acecha en todos los rincones del mundo.
También los árboles mueren. Los hombres, con las nuevas sierras, en cinco minutos tumban a un gigante en la tierra. No tienen corazón para sentir sus latidos o ver la sabia, que corre por sus venos. Un día un asesino prende fuego y miles de árboles son calcinados. Los hombres no entiende que allí esta vida y siembran la muerte. En Navalayegua muchos murieron en manos del hombre para hacer palas u horcas con las que aventaban las eras de cebada, trigo o centeno.
Estos quejigos que vemos en pantalla fueron mimados por el hombre, que en principio era su gran enemigo, pero no murieron en sus manos. Un día las nubes y las tormentas, escupiendo rayos, se posaron encima de la Calabaza Baja y miles de culebrinas de fuego cayeron sobre ellos. A unos los secó. Otros siguen aún viviendo, aunque los dejó heridos de muerte. ¡Es admirable cómo se aferran a la vida! Son tan fuertes y duros, que soportan los vendavales, las sequías, y el acoso de los animales. Cuando me acerco a ellos, les tengo compasión..¡Han quedado tan tarados!