Esta primavera he llenado mi cesto de flores:
Amarillas y rojas, verdes y blancas, lilas y azules.
He trenzado un ramillete de mil colores
para colocarlo en la consola de mi casa.
Me saturé del olor de los jazmines silvestres,
percibí el perfume de los espinos en flor,
llené mis pulmones del olor de la mejorana.
La sierra es una alfombra de mil matices,
tejida y pintada por los mismos dedos de Dios.
Las margaritas eran las señoras de la sierra
Los dientes de león lucían sus pétalos amarillos
en la exuberante lujuria de las praderas,
Las flores asoman con humildad sus crestas
entre esta inmensidad de colores y sinfonías
No hay armonía en los tonos, pero todo es gracia.
En los senderos, los caminos y las veredas
las rojas amapolas inclinan sus crestas a mi paso,
agitadas por el suave y tenue viento de la tarde
Un ruiseñor canta en las ramas de los encinares
y las cornejas, acrobáticas, cortan los cielos transparentes.
Sudoroso, me senté al borde del camino,
y bebí un baso de agua en un cuenco de barro.
Extasiado me rindo ante tanta luminosidad y grandeza.